(por Claudio Blanco) Defensa y Justicia es un caso modelo, sui géneris ¡Sí, dónde pasa deja huella! A veces me reafirmo que lo que provoca es inexplicable, difícil de describir en palabras, por ello es que quienes mejor puedan entender éste artículo sean quienes tengan alguna vivencia emparentada con El Halcón. Años tras año suma bonitas páginas a su historia, suma hazañas, suma adeptos. Ahora, Defensa y Justicia (dígalo así: DEFENSA Y JUSTICIA, a lo grande, sacando pecho, de cara al frente, con la mirada altiva y “masticando” las palabras, cómo me repetía el viejo Ascona, un locutor que supo armar una precaria FM en Bernal donde hice mi primera experiencia de radio en 1989 como invitado, aún siendo ciclista, y luego me quedé como columnista) dejó su sello en tierras colombianas. Lo hizo otra vez (antes fue São Paulo) y dejó de rodillas a América de Cali, otro grande del fútbol del continente al cual goleó sin miramientos en su inexpugnable y celosamente custodiado estadio Pascual Guerrero.
Al llegar a Cali -una desordenada y multicultural ciudad de 3 millones de habitantes que domina el llamado Valle del Cauca entre los cerros tropicales de la cordillera andina-, me dediqué a explicar a cada habitante con quien crucé palabra qué es Defensa y Justicia y el porqué de su nombre. De allí en más, los caleños (N. de la R.: gentilicio de los habitantes de Cali) sólo esperaban con ansias el partido al cual sabían difícil, pero cien por ciento ganable. Es que América volvía a los escenarios internacionales después de una década, y sólo Boca y River eran los equipos Argentinos que habían osado ganarle en su estadio del barrio San Fernando. Hasta que los visitó un tal Defensa y Justicia ¿Quién? Bueno, ahora los colombianos ya saben de qué se trata y será recordado de ahora en más por la paliza futbolística propinada al Escarlata que los dejó fuera de la Copa Conmebol Sudamericana ante más de 20 mil almas rojas. Contundente.
Ayer y hoy: tan distinto, tan igual
La alegría del vestuario del Halcón tras el partido era la misma que emanaba en las precarias instalaciones de las tantas canchas desprovistas de pasto y tribunas de la “D” y de la “C”. El rostro desencajado de felicidad de cada uno de los integrantes del plantel el jueves en Cali fue un revivir de aquellos pibes (hoy hombres mayores) que en la cancha de Brown de Adrogué le ganaban a San Martín de Burzaco el 27 de noviembre de 1982 y se consagraban por primera vez Campeones de la más chica de las categorías del ascenso. La tranquilidad y alegría mesurada de Juan Pablo Vojvoda recuerda la bondad que dispensaban Ricardo Julio Villa o Jorge Ginarte y los golazos de Márquez y Miranda en nada envidian a los de Fernando Donaires y Jorge Galleguillo.
Los dirigentes, muchos de ellos de una generación siguiente a los de los años ’80, se unieron en un abrazo y fueron uno más entre miles. Ver a algunos de ellos sudar a la par de Charly, el jefe de utilería, cargando botellas y bolsones desde el vestuario hasta el colectivo de ida y vuelta al estadio, refleja que el espíritu de los años de ascenso sobrevive a los hiperprofesionales tiempos presentes. Vojvoda jamás se avergonzó de confesar su inexperiencia internacional como DT. “No se dónde vamos a entrenar ni horarios, ya que soy nuevo en ésto” me dijo apenas arribado al Hotel Intercontinental de Cali. Es la misma inexperiencia que los muchachos tendrían en eso de pisar una “concentración”, como cuando era toda una aventura el comer unas pastas en las viejas concentraciones (¡ponéle!) en Punta Lara de cara al Río de la Plata con el mix aromático de Aceite Esmeralda Moone y pescados en descomposición. Aquellas estadías en las costas platenses -con dirigentes y hasta periodistas poniendo plata de sus bolsillos para el pago de algún sueldo de jugador- eran tan importantes como las actuales rodeadas de lujos.
Y en el medio de todo, La Gente. Sí, con mayúsculas. Ese puñado de hinchas ubicados en las alturas del Pascual Guerrero representaron a las 350 mil almas de los barrios varelenses y de las localidades vecinas de Quilmes, Solano, Berazategui y Almirante Brown, dónde habitan la mayoría de los seguidores del Halcón. Ellos, eufóricos y extasiados, cansados, maravillados, vestidos de una colorimetría verde, amarilla y blanca de camisetas de temporadas diversas, tienen el mismo latir de aquellos portadores de camisas, mocasines y bigotes finitos de la época en que se trasladaban en los ruidosos colectivos Mercedes Benz 1114 de El Halcón que manejaban choferes -también fanáticos- con sus carteritas “sobaqueras” y gorros “piluso” verde y amarillos de los ’80 y los ‘90. Por entonces, el plantel de Primera tenía el “privilegio” de viajar en Diferencial (eran micros de línea con aire acondicionado y butacas). Eso recordábamos (¡yo viajaba con el equipo de Ciclismo de la Mutual El Halcón!) con el vicepresidente del club Hugo Tomaghello -hijo de Norberto, quien era presidente en 1978- acodados en los finos mármoles del hall del Intercontinetal de Cali, cual paradoja de los tiempos. Los aviones, por entonces, eran solo un sueño y lo más cerca era verlos despegar y aterrizar mientras te comías un chori en algún carrito de la costanera porteña.
El Halcón provocó un terremoto en América
William Montoya es un reconocido periodista y productor publicitario caleño que vivió muchos años en Miami y conoce al dedillo los entretelones del América. Fue de los pocos colegas colombianos en pisar el Tomaghello y me dispensó toda su amabilidad y logística en Colombia. Desde hace años es parte fundamental de “El Punto Deportivo”, la tira deportiva y transmisiones que se emiten por Radio Univalle Estéreo. A él y a sus compañeros (supongo) jamás se les cruzó por la cabeza que el América iba a quedar eliminado. Aunque todos (hasta el plantel y cuerpo técnico) reconocieran la injusticia del triunfo en Varela, ninguno imaginó tamaña catástrofe como la ocurrida.
Aguanté estoico algunas chanzas de mis colegas colombianos y de algún que otro hincha del América que apenas reconocía mi acento argentino se imaginaba del porqué de mi estadía.
Mi revancha fue tajante: ¡Defensa logró una verdadera
#HazañaColombiana, una paliza, un baile, una goleada tremenda, que -confieso- ni yo imaginé!
“Matagigantes” tituló el diario El Espectador de Bogotá. “Pesadilla en el Pascual Guerrero” se despachó en su portal on line y edición impresa del 10 de marzo El País de Cali. El técnico Da Silva dijo que si el problema era él, se va. William Montoya nos confesó al aire que algunos jugadores deben ser más humildes y cuidar sus formas de vida pública. En fin, un terremoto provocó el paso del Halcón por las tierras del buen café.
Regreso a casa. Mi hijo Leonel se prueba la “Roja” traída desde la tienda oficial del América en el coqueto edificio Valle del Lili, en el sur de la ciudad. Observa y repara en las 13 estrellas que luce el escudo oficial, que dan cuenta de los títulos en Primera logrados (además tiene cuatro subcampeonatos de Copa Libertadores). Siento que tras el paso arrasador del Halcón del jueves pasado, una de esas estrellas dejó de brillar eclipsada por el fenómeno verde y amarillo que orbita ahora en el Continente con alma de barrio y ascenso. Es el Halcón de Varela. Sí, DEFENSA Y JUSTICIA ¡Pronúncielo a lo grande, sacando pecho, de cara al frente con la mirada altiva y “masticando” las palabras!
(Foto: Diario El País, Cali)
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