(Radio GBA / por Claudio Blanco) Tenía 10 años apenas. Caminaba por Quilmes, Berazategui o Varela y en las calles y paredes un stamping en negro hablaba de Soda Stereo ¿Qué era eso que iba a colmar pequeños boliches como Project o Electric Circus?  Era un trío poderoso pero aún pobre desde la producción sonora, aunque algo los distinguía: la voz del pibe, flaco él, y cómo hacía cantar no sólo a sus cuerdas vocales sino a su guitarra azul. Era Gustavo Cerati el líder de esa banda que sacaba su primer LP  de la mano del ya talentosísimo platense Federico Moura, alma y vida de Virus. Corría 1984. Un año más tarde, durante las fiestas de fin de año que ese día la pasaba en lo de mi tía Pocha en Santos Lugares -la pobre vivía de un lugar a otro alquilando porque su marido, mi tío, regenteaba buffets de clubes- sonó desde una casa de alto de la vereda de enfrente una melodía pegadiza y con aire a hit. Hablaba de lo que yo oía como “algo personal”. A partir de allí, restreé radios, especialmente las incipientes y muy escasas FM, y cassetes blancos regrabados de mis primos en el barrio de Lugano que justamente estaban estampados en fibra con la leyenda “Soda – Nuevo”. Eso nuevo era el álbum Nada Personal.  A partir de allí, nada me despegaría de la música de Cerati, el mismo que en la tarde del jueves 4 de setiembre dio su último suspiro en la Buenos Aires que él apodó como “la ciudad de la furia”.

Tenía desde hace un tiempito un grabador monoaural “Crown” que lo hacía de goma: escuchaba radio pordoquier, conectaba un microfonito negro y me hacía el relator o el cantante. Mechaba en esos TDK afanados del ropero de mi hermana Bety -¡las puteadas que no me dijo pero que pensó la pobre, cuando descubría borrados sus temas bolicheros del momento recién traídos de las bandejas del DJ de Elsieland!- relatos ficticios de fútbol o ciclismo con temas y reportajes de la vieja Rock and Pop de Radio Buenos Aires que un pibe llamado Mario Pergolini le hacía casi de manera adolescente a Gustavo Cerati.  Epoca de la hiperinflación. En 1988 arrancaba la secundaria y allí empezó mi carrera por tener discos “originales” de Soda, además de algunos cassetes de dudosa procedencia y peor sonido de recitales en el circuito under, como La Casona de Lanús y Pinar de Rocha, por citar algunos.  La guita del bondi la juntaba para lograr los 5 australes que costaba “Signos”. Cuando lograba tener los 5 mangos, iba a las bateas de las disquerías y ¡ya estaba a 7! Mi lucha tuvo su premio casi 4 meses después: adquirí aquél albun con doble tapa del sello CBS y no me cansaba de oler el aroma a vinilo nuevo y a escucharlo desde la púa de un viejo Wincofón que habitaba en mi casa, aunque a mí me parecía una soberbia bandeja giradiscos “Technics”. Ese disco, como el resto de la colección de Soda Stereo y Gustavo CErati solista  -entre vinilos, cassettes y CD- aún la conservo, y es la que le transmitió a mi hijo Leonel el gusto por su música.

Con el disco en mi poder, el otro paso sería ver a Soda en vivo. Y eso llegó en 1991, en el Teatro Gran Rex, de la mano de la gira pos Canción Animal de 1990 que fue tan exitosa que la continuaron al año siguiente con versiones nuevas de viejos temas. Soda estaba en su momento de gloria que había empezado a construir desde la presentación latinoamericana de “Signos” y que afianzó con el refinado “Doble Vida”.  Con el inicio de los ’90, sus melodías, sus letras y sus presentaciones en vivo se fueron agigantando, tanto que el 14 de diciembre de 1991 la Av. 9 de Julio quedó empequeñecida para albergar un recital gratuito que fue un récord hasta hoy: más de 250 mil personas corearon cada uno de los temas del trío que ya era palabra mayore en el mundo.  Yo era uno de esos miles.  Ellos llevaron el Rock Argentino a toda latinoamérica. Cada disco era un éxito rotundo de ventas. Cada recital no era algo más, era una puesta en escena total y minuciosa, desde lo musical, escenográfico y de vestuario.

En 1992 Soda muta sus ritmos con “Dynamo”, un disco con aire al Sargent Peppers de The Beatles, por sus ritmos indúes y los loops de las baterías de Charly Alberti.  La presentación de ése álbum fue en Obras, y el día que fui se presentaba en el Monumental de River, apenas a unas pocas cuadras, Serú Girán, en un regreso más que efímero. La banda soporte fue Babasónicos, unos pibes que Gustavo Cerati empujó a la fama. Otras épocas, claro.  La música de Soda ya era parte de mi vida cotidiana. Esperaba con ansias cada noticia de algún nuevo material de Soda, aún sin el alcance de Internet y las redes sociales. Y la salida de un nuevo disco me sacudía a juntar algún pesito extra para poder adquirirlo. Desde 1990 trabajaba en radios, y así el comprar discos fue más sencillo (claro que mi discografía era amplia, desde Depeche Mode a los Cadillacs, pasando por Virus, A-ha, Guillermo Fernández y sus tangos arrabaleros, Durán Durán, U2 y tantos otros).

Por esos años, Cerati sacaba “Colores Santos” junto a Daniel Melero. Sería el puntapie inicial a una carrera solista que tendría tanto éxito como Soda Stereo, y donde su capacidad creativa y musical llegaría a meterse en la galería de los grandes del rock mundial.  Soda sacaba “Sueño Stereo” como último album en estudios en el ’95, más allá de algún tema suelto que luego publicarían en un EP.  “Amor Amarillo” fue su primer álbum absolutamente solo. De ahí en más, cada uno de sus discos fue uno mejor que el otro. En el medio, se concretó la despedida de Soda en 1997, y un fabulosos y millonario regreso en 2007, que tenía planes de continuidad cada 4 años y que el ACV de Gustavo truncó. “Bocanada”, “Siempre es Hoy”, “Ahí Vamos”  y su último “Fuerza Natural”. Todos guardan en mí el recuerdo eterno de un artista que tuve como único ídolo y que pulió mis oídos a la hora de seleccionar un cantante o una banda para ver en un escenario.  Tengo presente los días previos a mi ida a cada recital de Soda, contando las horas, repasando un posible tracklist, atesorando la entrada y, ya de novio o casado con mi esposa, el ir a verlo y disfrutar en el Teatro Gran Rex, en Obras o donde sea.

Su última gira no fui a verlo en vivo. Esperaría un año más para reencontrarme con uno de sus shows.  Había disfrutado como nunca cada tema de Soda Stereo en River en 2007.  Me quedo con esa espina, pero no me culpo: todos tenemos eso de creer que los ídolos no mueren, no envejecen o que nosotros somos eternos. Error.  Al ver las noticias desde Venezuela de aquél mayo de 2010, una tristeza enorme me embargó. Por su salud, claro, por esa conexión que uno logra con quien admira y por un tema puntual: Leonel, mi hijo, que hubiera disfrutado cada minuto de un show en el Gran Rex o en un festival a aire libre en primavera.  No pudo ser, es mi deuda.  Pero agradezco haber sido contemporáneo de éste talento único de la música, como lo fui de Paul Mc Cartney, Maradona, en partecita de Carlos Alberto Reutemann y, aunque extranjero él, haber visto conducir ante mis narices en Buenos Aires a Michael Schumacher al volante de un Benetton y luego de una Ferrari que, vaya paradoja, hoy se encuentra peleando por su vida como peleó 4 años Gustavo Cerati.

Hoy Dios lo llamó, para que se sume a la banda de otros grandes como su maestro Spinetta. Era un final previsible, pero a la tristeza la maquillo con su música y el ver que lo que se sospechaba era aún superior: con su muerte,  Gustavo Cerati conmovió a los argentinos y a los latinoamericanos. El gobierno decretó 3 días de duelo. Husmeo cada canal y hablan de él.  Emisoras nacionales de FM levantaron toda programación y tanda publicitaria para hacer sonar solo sus temas por horas y horas desde que se conoció su deceso. La cola para verlo en su féretro en la legislatura porteña es interminable y, curiosamente, pasa como postal por la triple esquina de Diagonal Roque Sáenz Peña, Hipólito Irigoyen y Bolivar, en la city poteña, donde en 1988 se sacó, junto a Zeta Bosio y Charly Alberti, la fotografía que fue tapa de uno de sus álbunes más exitosos: Doble Vida.

Gustavo Cerati dijo Adiós, que según su tema homónimo, es crecer.  Gracias totales.

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