(por Claudio Blanco) Con Florencio Varela a la cabeza, con más del 50 % del electorado a favor, los intendentes peronistas del conurbano fueron los grandes salvadores del gobierno provincial en las elecciones del domingo pasado. Es que si no fuera por el gran trabajo territorial de cada uno de ellos, el gobernador Axel Kicillof hubiera tenido un revés en la legislatura que le haría cuesta arriba la gobernabilidad de los dos años que restan de gestión. Y, además, los triunfos en los distritos -especialmente en la populosa Tercera Sección- dieron una derrota digna a nivel nacional, lo que dejó la sensación de que fue un empate técnico, aunque los números dicen lo contrario.
Andrés Watson, Juan José Mussi y, de manera más que sorpresiva, Mayra Mendoza fueron parte fundamental de esa remontada que pone en su lugar a la Provincia de Buenos Aires, la más peronista de todas.
¿Y ahora? Bien, en éste partido dónde el Frente de Todos se perdía 4 a 0 en el primer tiempo (las PASO) y lo empató 4 a 4, se festejó la igualdad en territorio bonaerense como un triunfo, y hubo goleadores: los y las intendentes. Y eso vale mucho en política. Por eso, desde ahora, Kicillof sabe que debe bajar aún más las consultas a los jefes comunales a la hora de tomar decisiones y, sobre todo, ceder a las sugerencias que emanarán de cada uno de los líderes distritales.
Una de las primeras “sugerencias” que entrará a modo de proyecto en la legislatura será la habilitación de las reelecciones de los intendentes. Es que el gobierno de María Eugenia Vidal limitó a tan solo dos períodos como máximo, y no cayó bien en las alcaidías. Quizás ya no se vuelva a la reelección indefinida -algo que hoy suena a tiempos oxidados-, pero seguro que en muchos distritos en los que los líderes políticos cuya gestión es reconocida por la ciudadanía, una sola reelección puede oler a poco. De allí se habrá de buscar equilibrios, pero se descarta que en pocas semanas esa discusión ya estará sobre tablas en el palacio legislativo platense.
FLORENCIO VARELA POR PALIZA
Si hay un fenómeno electoral peronista, ese se llama “Florencio Varela”. Es que casi como en un país aparte, el electorado apoya incondicionalmente la gestión que desde hace 4 años encara Andrés Watson, con una impronta propia. Nadie oculta que es un hijo político del ahora diputado nacional electo Julio Pereyra, pero con una manera de gestionar enmarcado en un equipo que generacionalmente está en éstos tiempos de hiperconetividad e hiperactividad, lejos de cómo se hacía política en los ’90 o principios de los 2000.
Con muchas obras concretadas y otras tantas en marcha, en un distrito que por su extensión parece infinito -lo que hace difícil de llegar a tiempo a cada uno de los barrios profundos y sus problemáticas-, la lista del Frente de Todos ganó por más de la mitad del electorado, y con una diferencia de más del 25 % por sobre la lista de Juntos (que llevó a un desvalorizado Mario Kanashiro al frente, puesto casi a presión por el equipo del lanusense Diego Kravetz). Una contundencia absoluta. Tanta que puso 8 concejales en juego y sumaría 9, ya que el recuento final de votos podría sumar algunos más para el oficialismo local. Tremendo. Y semejante triunfo no es solamente el seguir con el control del HCD local, sino que lo posiciona como uno de los intendentes contemporáneos con boleto de participación en futuras contiendas a la gobernación.
Pero la victoria varelense tuvo un ajedrecista: Julio Pereyra. El armado de las listas y el movimiento de cada una de las piezas políticas las va moviendo con una soltura digna de un Anatoli Kárpov de la política. Por eso su escalada al Congreso no es solo un escaño en el palacio de la Avenida Entre Ríos y Rivadavia, es un regreso al protagonismo absoluto en la estructura y toma de decisiones dentro del peronismo, que ya lo tiene al ex intendente como un material de consulta permanente entre quienes ocupan la Casa Rosada.
QUILMES SORPRENDIÓ ANTE UN ELECTORADO DIFÍCIL
Sin dudas, quienes saben de política, tienen claro que la ciudadanía de Quilmes es la más poco fiel a las estructuras partidarias. Es esa que “no se casa con nadie”, con capas sociales bien diferenciadas entre el ABC1 de la cuasi aristócrata Bernal centro y de las barrancas hasta la marginalidad eterna de decenas de barrios en Solano, La Florida, Bernal Oeste y la ribera, más la clase media de Quilmes Oeste, Don Bosco y Ezpeleta. A excepción del “Barba” Gutiérrez (con una base gremial sólida), ningún intendente duró más que un período en el edificio de la calle Alvear, ni antes en el de Sarmiento. Es que los votantes no perdonan a nadie. Así como pusieron a Martiniano Molina, lo sacaron; y así como eligieron a Mayra Mendoza, en las PASO le sacaron la tarjeta amarilla. Y, justamente por esa amonestación, es que ni propios ni extraños pensaron que la lista oficialista encabezada por la joven Cecilia Soler pudiera remontar. Pero no fue así. En esos 2 meses, Mayra Mendoza salió con mayor frecuencia a mostrar su gestión (limpió hasta de manteros la plaza de la estación) y no claudicó en poner el pecho a la campaña, a sabiendas de que otra derrota impactaría de lleno en los próximos dos años de gestión. Así las cosas, no solo pudo remontar el resultado adverso, sino que ganó la contienda electoral con un punto de diferencia. Un gran mérito, que la obliga a la jefa comunal y a su equipo a no descuidar un centímetro su concentración en la gestión. Es que en la política quilmeña, la confianza brindada por la gente a los políticos es como la espuma de la cerveza: si no la aprovechás y la tomás rápido, desaparece.
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